En efecto, este verano nuestro destino va a ser la bahía de Arcachon, a la que no pudimos entrar en la vuelta a España (ver post del 19-8-12). Es una bahía enorme, de unos 200 Km2 (como comparación la de Santander tiene aproximadamente 20) que se comunica con el mar por un paso de poco más de dos kilómetros y con muy poco fondo. En ese paso se forman corrientes de marea impresionantes que sólo permiten la entrada y la salida en pleamar y con buena visibilidad, pues las boyas están bastante separadas. Además hay una zona de prácticas de tiro del ejército francés a ambos lados de la entrada.
Hasta hace pocos años había dos pasos para entrar, pero el del Sur recibió tantos arrastres de arena que se cegó y ya no es utilizable. Así pues sólo queda el del Norte, y es tan peligroso que las boyas y balizas no están iluminadas, algo inaudito y que se hace precisamente para que nadie se arriesgue a entrar de noche.
En la costa, a mitad de la antigua entrada Sur, está la famosa Duna de Pila (o de Pilatos) formada hace varios miles de años, de tres kilómetros de largo y unos cien metros de altura. La duna está creciendo constantemente y se está moviendo hacia el interior cinco metros cada año, enterrando un bosque de pinos que tiene detrás e incluso viviendas particulares, sin que nada se pueda hacer para evitarlo. Se usa para parapente y para tirarse por la arena de la duna con esquíes o paipos.
El interior de la dársena de Arcachon hay una islita preciosa, la Isla de los Pájaros, con edificaciones construidas sobre pilotes en el mar, y numerosos pequeños puertos como los del Mar Menor, con la diferencia de que en Arcachon las bajamares los dejan secos.
Todo ello nos hubiera apetecido conocerlo de cerca, pero en la vuelta a España no llegamos con las condiciones idóneas (llegamos de noche y no era pleamar) y no pudimos entrar. Podríamos habernos quedado en alta mar en los alrededores y enfrentar el paso con la pleamar siguiente, pero nos dio pereza perder así una jornada de navegación y estábamos deseando llegar a casa después de tres meses navegando sin parar alrededor de la Península. Por eso dejamos esta escala para mejor ocasión, y esa ocasión ha llegado.
Para poder disfrutar de la bahía en su totalidad nos ha hecho falta conseguir unos puntales para que el barco pueda quedar en seco sin desequilibrarse y caerse de lado. En efecto, casi todos los puertos del interior de la bahía se secan en bajamar, incluso los que tienen pantalanes, y el barco tiene que estar preparado para posarse en el fondo sin problemas. El Corto Maltés es de orza abatible pero tiene en el fondo un quillote en el que se apoya. Este quillote es una seguridad pues es de hierro y si te posas en piedras o conchas aguanta mejor que si apoyas el casco de fibra de vidrio, pero a cambio ofrece un equilibrio precario que hay que mejorar con los puntales.
Ha sido difícil encontrar acomodo para los puntales cuando no se usan, por su tamaño, pero al final lo hemos conseguido a ambos lados de la cabina:
Además os enseño unas fotos de otro Tonic 23 apuntalado para que veáis cómo funcionan:
Lo que más me preocupa es el primer aterrizaje, porque los puntales son extensibles y tengo que graduarlos a la altura del barco, que sólo conozco por las referencias técnicas del astillero. Pero como estén mal dadas el barco se inclinaría y hasta podría caerse de lado sobre sí mismo. Espero que lo calculemos bien. Para los siguientes dejaré hecha una marca de seguridad a la longitud adecuada.